Cuenta la leyenda que una vez hubo una crecida en el
río Guadalquivir y el agua trajo a un caimán que horrorizó a la población
cordobesa. Destrozaba a sus presas desprevenidas y desaparecía en los
cañaverales cercanos Cuando estaba hambriento volvía a actuar.
Un día un disminuido físico, un cojo, después de
tener controlado el comportamiento del caimán, lo esperó detrás de un árbol con
un trozo de pan abogado.
Cuando el caimán salió a comer, el hombre aprovechó
para clavar el filo de su muleta en la garganta.
Lo disecó y lo colocó en un muro del santuario de
Nuestra Señora de la Fuensanta. Desde entonces, en los días 7,8 y 9 de septiembre,
durante la celebración de la Velá de la Fuensanta, es costumbre ir a visitar al
caimán disecado.
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